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lunes, 14 de mayo de 2012

¿Qué pasó con la T?



Por Marlene Wayar

El fulgor del festejo no impide reflexionar sobre la letra chica de la ley. Los casilleros de Hombre/Mujer siguen inamovibles tanto en la vida cotidiana como en las opciones que presenta el documento de identidad. La identidad travesti y trans queda, al menos en los papeles, sin palabra.

La ley ya ha sido, felicitaciones a quienes con más esfuerzo han trabajado por conseguirla, saludos a quienes articulamos para lograrla, y muchas gracias a quienes acompañaron solidariamente.

Ahora bien, vamos por el impacto concreto. Esta es una ley para quienes quieran sostener la normalidad hombre-mujer y a quienes tenemos un techo más alto nos deja en donde estábamos, o mejor dicho nos extorsiona a normalizarnos en estas únicas categorías.

Cada compañerx que hace el cambio en el DNI estará des-inscribiéndose de una identidad trans para un Estado que lx leerá como eso que dicen que lx identifica “hombre” y “mujer”. Quienes nos propongamos otrxs, y sobre todo en la arena política, tendremos que seguir demandando una manera en que el Estado nos lea. Es tan simple como que si muero y mi lápida coincide con los datos que hoy figuran en mi DNI, sería un hombre y mi identidad estará vulnerada seriamente; si hago el cambio en mi DNI y tanto en mi lápida como en él figuran los nuevos datos Marlene Wayar sexo femenino, estarían vulnerando mi identidad travesti (trans) de modo no menos serio.

Vulnerándola yo primero y recién luego el Estado, un Estado que nos ha reconocido de manera rápida, si una piensa desde la primera resolución del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires en articulación con MAL (Diana Sacayán y el ministro Mate), que se ha ido replicando en otras instituciones nacionales y provinciales donde instituciones de salud, de educación y en otros casos toda la administración estatal reconocen el nombre y género asumido como legítimo en el trato cotidiano.

Así las cosas, las travestis podemos relacionarnos visibles (política y corporalmente) sin mayores problemas con el Estado. Lxs transexuales podrán hacerlo relacionándose desde la invisibilidad hombre-mujer (política y corporalmente) sin inconvenientes o con herramientas legales para denunciar irregularidades.

¿Cuál es el problema con legitimar las categorías H y M? Que una identidad queda finalmente cancelada, no existe lo travesti o trans. ¿Qué nos solicita esta ley? Que dejemos de ser eso que somos y que debería ser reconocido como nuestra identidad. Si lo pasamos a otras identidades colectivas sería como si a las personas afrodescendientes se les pidiera que maquillen su negritud para evitar el racismo o si personas judías tuvieran que parecer cristianas y vivir de modo oculto su religión para no ser víctimas del antisemitismo.

¿Y si se nos nota lo travesti? La culpa es nuestra por el mal o poco esfuerzo en parecer lo que decimos ser. La expulsión del hogar, el acoso escolar, el hacernos sentir vidas ilegítimas, el acoso policial, la discriminación laboral no tendrán sustento en casos de discriminación por ser trans, pues el/la otro/a que nos discrimina tendrá como argumento que somos M o H según el DNI exhibido.

Como antecedente para resguardarnos sólo tenemos la resolución de la Corte Suprema Justicia de la Nación en el fallo que diera entidad al reclamo de Alitt por el derecho a conformar personería jurídica y trabajar con el objeto de reconocimiento de la ciudadanía travesti.

Esta ley sólo resguarda a transexuales y en ese sentido es clasista. ¿Quiénes sostienen esa identidad en Argentina? Una pequeña porción que va desde una millonaria Flor de la V hasta un número reducido de personas con trabajo formal en diferentes institutos del Estado y un aún menor número de personas de clase media urbana que tiene apoyo económico familiar dentro de las feminidades trans, mientras que en el campo de las masculinidades en la realidad son en su mayoría universitarios (en carrera o egresados), con una evidente distancia económica con las travas en situación de prostitución incluso en sus posibilidades de intervención a nivel latinoamericano e internacional. La misma Lohana Berkins tiene mayores posibilidades desde las organizaciones y financieras internacionales de mujeres antes que las Gltttbi, sigla ya amputada GLTB, en esa sola T estamos todxs simplificadxs por la universalidad primermundista/capitalista y en ello negada la praxis travesti, niña, latinoamericana, prostituida, pobre, migrante, privada de educación, travesti que a la postre es la más extendida a nivel regional. Las travas sólo podemos aspirar a proyectos de prevención en VIH como multiplicadoras, mientras las masculinidades trans tienen incidencia política y acceso a cargos jerarquizados.

¿Cuáles eran las opciones? Según mi deseo agregar una T, que reconozca nuestro trabajo en la construcción de una identidad complejísima, el recorrido hacia ello, la memoria, el cómo hemos sorteado los obstáculos para superar los 36 años de promedio vital, cómo nos hemos sobrepuesto a la muerte de tantas amigas, la cultura producida, los conocimientos propios y este primer objeto de arte que somos y que pugna por reconocimiento que nos deje instaladas en la redistribución de la riqueza de la que somos eternas excluidas.

¿Quitar las categorías HMT? Sí, pero es más ventajoso para hombres y mujeres, nosotras –creo– aún tenemos que terminar de definirlo de modo consensuado en un diálogo democrático que necesita de sostén económico y paz para el encuentro sin imposiciones en nuestra agenda. Todavía hay algo muy radical en lo travesti para defender con orgullo, aunque según esta ley ser eso da vergüenza.

Las travestis siempre estuvimos aquí



Por Lohana Berkins

La sensación es la de estar viviendo un hecho histórico: se aprobó la ley reparatoria más importante para una de las comunidades más discriminadas, más segregadas, más olvidadas, que padeció con todos los gobiernos regímenes de amnesia programad

Nadie puede patentar este triunfo porque esta ley tiene una historia que arranca desde la creación del Estado argentino. Las travestis no somos una cuestión de esnobismo, ni de posmodernismo, ni de estudios culturales: estuvimos acá desde siempre. Estuvimos en todos los lugares y en todos los hechos poniendo el cuerpo. Somos la escoria que nadie quiere ver y que se intenta ocultar a través de zonas rojas, de “mándenlas a la orilla del río”, de la condena a la prostitución como única forma de supervivencia. Somos una identidad cloacalizada que recibe la mierda del resto de la sociedad. No podemos estar paradxs ahora donde estamos sacudiendo esta bandera de alegría inmensa sin recordar todas esas sonrisas, esos golpes compartidos, todos los insultos que vertieron sobre nosotras. La muerte de muchísimas compañeras por causas evitables es lo que más bronca me da cuando miro para atrás. La discriminación cuando deja de ser sólo un verbo, una palabra, también mata.

Cuando esta ley se aprobó en las dos comisiones conjuntas del Senado, festejamos, saltamos, brindamos. Volví a mi casa muy emocionada. Pero recién cuando me senté en el sillón y todo quedó en silencio, sentí una absoluta soledad. El vacío del cuarto. En ese momento me hubiese gustado que sonara el teléfono y escuchar del otro lado a tantas amigas que no están. Que mi amiga Valeria me llame y me diga en su tono salteño, como el mío: “¿Qué ha pasao, marica? ¿Qué ha pasao?”. Estaba todo, pero me faltaba esa frase. Y me vino a la memoria otra amiga que seguro hubiese empezado a gritar: “¡Copeteo! ¡Copeteo!”, que es el júbilo de las travas cuando empezamos a embriagarnos. Me faltó la famosa frase: “¡Ahí viene la cana, marica!”, para salir corriendo. Esas y tantas otras voces ausentes. Y los años pasaron sin que todavía pueda darme una explicación de por qué nos encarcelaban, por qué fui expulsada de mi familia, por qué se me negó el acceso a la escuela. En términos de militancia y lucha, no teníamos una formación o un grupo de pertenencia que nos contuviera, como ahora. Eramos nosotras y nuestro cuerpo ahí puesto recibiendo todo. Esto lo contamos, no para regodearnos en el sufrimiento sino para que tomemos dimensión de cómo, desde el año 2003, nosotras vivíamos en un apartheid. La casa siempre se reservaba el derecho de admisión o, si no, nosotras mismas nos autoexcluíamos antes de soportar un vergüenzón. Sabíamos que iban a llamar a la policía para que nos llevara, mientras hoy tenemos una travesti policía.

Que nosotras hayamos sido invitadas a la Casa de Gobierno a sentarnos a la mesa democrática para saber de qué se trata era impensable (no tantos) años atrás. Es inmensa la satisfacción que me produce saber que miles de niñxs travestis van a poder plantear su identidad sin ser violentadxs. No porque la discriminación vaya a desaparecer pero, por lo menos, va a haber un Estado que va a resguardar. Van a poder dialogar con otras sexualidades, construir su cuerpo sin la violencia y la marginalidad que pasamos nosotras.

El travestismo, con esta ley, deja de ser un crimen. El Estado reconoce y tensiona, así, el concepto de temporalidad, corporalidad, sexualidad, identidad. La ley provoca un cambio profundo porque, históricamente, los medios masivos de comunicación nos han asignado sólo lugares como las páginas policiales, los sensacionalismos, nos han usado siempre de forma bufonesca. Siempre se resalta de manera peyorativa nuestra hiperfeminidad o nuestra genitalidad, comparándonos por ejemplo con jugadores de fútbol. Siempre se cae en esos modos de discriminación. Esta ley es parte de la batalla cultural que hay que dar. Creo que hasta puede ayudar a replantear el concepto de “víctima” que circula en los medios con esa expresión tan infeliz como “murieron víctimas inocentes”. En esa dicotomía, el lugar de las víctimas “culpables” quedaba reservado a los negritos, las travestis, los villeros.

No es que a mí ahora se me dé por sentirme mujer. Yo soy Lohana Berkins. Siempre he sido y seré Lohana con o sin DNI. No es una cuestión de coquetería o la formalidad de un papel. Es atacar una cuestión medular: poner en la mesa la discusión sobre qué es la ciudadanía, quiénes componemos el Estado-Nación y qué porosidades existen ahí. No es que la semana que viene voy a declararme mujer, sino que voy a seguir teniendo un DNI que me va a poner dentro de la ficcionalidad (exitosa) de la ley. Pero la ley no borra ni mis prácticas, ni mi historia, ni mis dolores, simplemente me pone bajo cierto resguardo del Estado. Lo importante es que no perdamos por eso el valor crítico de nuestra diferencia. Lo que va a cambiar es un status jurídico, pero la construcción de nuestra identidad va a seguir pugnando en otros sentidos.

Otra cuestión fundamental es cómo esta ley ayuda a impedir a los fundamentalistas religiosos que conviertan en crimen un pecado. En todo caso, que vayan a administrar el pecado para quienes crean en esos dogmas religiosos, pero no para el conjunto de la sociedad. En realidad, la beneficiaria de esta ley es la sociedad entera, que va a poder mirar con orgullo este avance de los derechos humanos.

Uno intenta, ahora, anteponer la razón, pero el corazón siempre termina ganando, sobre todo en un país donde todavía hay tantas heridas sin sanar. Poder tener un documento que diga quiénes somos, que nos pongan un status de sujetxs políticxs es un avance muy profundo. Ese triunfo se festeja con mucha insolencia: ¡mucho escándalo y mucha furia travesti!

La mejor del mundo



Por Diana Sacayán

Más allá de la tendencia que tenemos a creernos los mejores, esta ley de identidad redactada en la mesa de la militancia travesti y trans resulta superior a legislaciones vigentes en otros países, y ya es considerada una de las mejores políticas públicas con perspectiva de derechos humanos.

Y sí, es la mejor ley de identidad de género de la que se tenga registro. Basta con mirar la ley de Uruguay, con su criterio patologizante que obliga a reconocerse como unx enfermx. Tanto la ley uruguaya como la española exigen pasar por un proceso de hormonización durante dos años para poder acceder a los beneficios. La nuestra no: nadie va a ser obligado a tomar hormonas, ni hay que reconocerse en enfermxs, ni pasar por un proceso psiquiátrico. Casi todas las travestis vivimos en la pobreza, padecemos la falta de acceso a la educación, a la salud. Por eso se hizo hincapié en este punto de que el trámite no sea engorroso, burocrático. Es una ley que no sólo va a reconocer al nombre como pilar de la identidad. La identidad está constituida por muchos más elementos. A mí, por ejemplo, me identifica vivir en Laferrère, tener una identidad atravesada por la miseria. O recursos a los que la mayoría de las travestis recurrimos cuando tuvimos la necesidad de adecuar nuestro cuerpo a nuestra identidad de género, como aplicarnos silicona industrial. Esta ley vino a resarcir nuestros derechos negados: a la salud, a la tecnología biomédica, etcétera.

Nuestra comunidad ha atravesado una vida de persecución y hostigamiento no sólo durante la dictadura militar sino cuando fuimos víctimas de los códigos contravencionales en democracia, que sirvieron de herramientas para castigar y encarcelar a travestis en situación de prostitución. El Estado, hasta ahora, no había hecho nada para garantizar cuestiones básicas como que podamos acceder a la educación y la salud. Esto es hablar de derechos humanos, es poder hacer una articulación desde la sociedad civil y el Estado, y sentarnos en la mesa a pensar, redactar e idear políticas de inclusión para el colectivo travesti, transexual y transgénero. Esto no viene solo, también hemos avanzado junto al Ministerio de Trabajo en estrategias para darle a nuestra comunidad alternativas a la prostitución. Esto es un proceso global y hubiese sido imposible si nuestro movimiento no se hubiera politizado, si no hubiéramos entendido desde el primer momento que nuestros reclamos no son parte de los derechos civiles sino humanos. A diferencia del Matrimonio Igualitario, esta ley junto a la de despenalización del aborto son derechos humanos porque están en juego la vida, en un contexto de una agenda política favorable para realizar estos avances.

En estos días estoy colmada de emociones. Me vienen a la mente recuerdos tremendos de persecución y maltrato, incluso en plena democracia, pero que van a pasar a convertirse en parte del pasado oscuro. Corrimos demasiados riesgos abandonadas en las calles y en las cárceles. ¿Quién puede no asombrarse del abandono de una niña de trece? ¿Quién no se conmueve con que haya niñas travestis prostituyéndose, cambiando sexo por un poco de sandwich? Y sin embargo, todo eso sucedió. La sociedad y sus funcionarios hicieron la vista gorda. Hoy, toda la alegría de tener por fin la ley no puede despegarse del recuerdo de las noches frías en los calabozos y de tantas muerte evitables. Para todas ellas va dedicada esta ley, este acto de justicia.