Por Marlene Wayar
El fulgor del festejo no impide reflexionar sobre la letra chica de la ley. Los casilleros de Hombre/Mujer siguen inamovibles tanto en la vida cotidiana como en las opciones que presenta el documento de identidad. La identidad travesti y trans queda, al menos en los papeles, sin palabra.
La ley ya ha sido, felicitaciones a quienes con más esfuerzo han trabajado por conseguirla, saludos a quienes articulamos para lograrla, y muchas gracias a quienes acompañaron solidariamente.
Ahora bien, vamos por el impacto concreto. Esta es una ley para quienes quieran sostener la normalidad hombre-mujer y a quienes tenemos un techo más alto nos deja en donde estábamos, o mejor dicho nos extorsiona a normalizarnos en estas únicas categorías.
Cada compañerx que hace el cambio en el DNI estará des-inscribiéndose de una identidad trans para un Estado que lx leerá como eso que dicen que lx identifica “hombre” y “mujer”. Quienes nos propongamos otrxs, y sobre todo en la arena política, tendremos que seguir demandando una manera en que el Estado nos lea. Es tan simple como que si muero y mi lápida coincide con los datos que hoy figuran en mi DNI, sería un hombre y mi identidad estará vulnerada seriamente; si hago el cambio en mi DNI y tanto en mi lápida como en él figuran los nuevos datos Marlene Wayar sexo femenino, estarían vulnerando mi identidad travesti (trans) de modo no menos serio.
Vulnerándola yo primero y recién luego el Estado, un Estado que nos ha reconocido de manera rápida, si una piensa desde la primera resolución del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires en articulación con MAL (Diana Sacayán y el ministro Mate), que se ha ido replicando en otras instituciones nacionales y provinciales donde instituciones de salud, de educación y en otros casos toda la administración estatal reconocen el nombre y género asumido como legítimo en el trato cotidiano.
Así las cosas, las travestis podemos relacionarnos visibles (política y corporalmente) sin mayores problemas con el Estado. Lxs transexuales podrán hacerlo relacionándose desde la invisibilidad hombre-mujer (política y corporalmente) sin inconvenientes o con herramientas legales para denunciar irregularidades.
¿Cuál es el problema con legitimar las categorías H y M? Que una identidad queda finalmente cancelada, no existe lo travesti o trans. ¿Qué nos solicita esta ley? Que dejemos de ser eso que somos y que debería ser reconocido como nuestra identidad. Si lo pasamos a otras identidades colectivas sería como si a las personas afrodescendientes se les pidiera que maquillen su negritud para evitar el racismo o si personas judías tuvieran que parecer cristianas y vivir de modo oculto su religión para no ser víctimas del antisemitismo.
¿Y si se nos nota lo travesti? La culpa es nuestra por el mal o poco esfuerzo en parecer lo que decimos ser. La expulsión del hogar, el acoso escolar, el hacernos sentir vidas ilegítimas, el acoso policial, la discriminación laboral no tendrán sustento en casos de discriminación por ser trans, pues el/la otro/a que nos discrimina tendrá como argumento que somos M o H según el DNI exhibido.
Como antecedente para resguardarnos sólo tenemos la resolución de la Corte Suprema Justicia de la Nación en el fallo que diera entidad al reclamo de Alitt por el derecho a conformar personería jurídica y trabajar con el objeto de reconocimiento de la ciudadanía travesti.
Esta ley sólo resguarda a transexuales y en ese sentido es clasista. ¿Quiénes sostienen esa identidad en Argentina? Una pequeña porción que va desde una millonaria Flor de la V hasta un número reducido de personas con trabajo formal en diferentes institutos del Estado y un aún menor número de personas de clase media urbana que tiene apoyo económico familiar dentro de las feminidades trans, mientras que en el campo de las masculinidades en la realidad son en su mayoría universitarios (en carrera o egresados), con una evidente distancia económica con las travas en situación de prostitución incluso en sus posibilidades de intervención a nivel latinoamericano e internacional. La misma Lohana Berkins tiene mayores posibilidades desde las organizaciones y financieras internacionales de mujeres antes que las Gltttbi, sigla ya amputada GLTB, en esa sola T estamos todxs simplificadxs por la universalidad primermundista/capitalista y en ello negada la praxis travesti, niña, latinoamericana, prostituida, pobre, migrante, privada de educación, travesti que a la postre es la más extendida a nivel regional. Las travas sólo podemos aspirar a proyectos de prevención en VIH como multiplicadoras, mientras las masculinidades trans tienen incidencia política y acceso a cargos jerarquizados.
¿Cuáles eran las opciones? Según mi deseo agregar una T, que reconozca nuestro trabajo en la construcción de una identidad complejísima, el recorrido hacia ello, la memoria, el cómo hemos sorteado los obstáculos para superar los 36 años de promedio vital, cómo nos hemos sobrepuesto a la muerte de tantas amigas, la cultura producida, los conocimientos propios y este primer objeto de arte que somos y que pugna por reconocimiento que nos deje instaladas en la redistribución de la riqueza de la que somos eternas excluidas.
¿Quitar las categorías HMT? Sí, pero es más ventajoso para hombres y mujeres, nosotras –creo– aún tenemos que terminar de definirlo de modo consensuado en un diálogo democrático que necesita de sostén económico y paz para el encuentro sin imposiciones en nuestra agenda. Todavía hay algo muy radical en lo travesti para defender con orgullo, aunque según esta ley ser eso da vergüenza.