El Mundo/Luís Antonio de Villena-. Estamos ante dos monstruos y dos estrafalarios de distinto signo. El escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859), conocido sobre todo por su autobiográfico libro Confesiones de un inglés comedor de opio (1821), uno de los elegantes pilares de la literatura drogada, que Baudelaire comentó con elogio en sus Paraísos artificiales. Y una mujer española y guipuzcoana, que fue asombro en su tiempo, oscilando después entre el mito y la leyenda, Catalina de Erauso (1592-1650), conocida como la monja alférez, imagen izquierda.Catalina (que concluyó llamándose Antonio y vistiendo de hombre con permiso del Papa) debió ser una mujer tremenda.Acaso su libido lésbica (*1) no consumada se le escapó en agresividad y ganas de pendencia. Lo ideal para un soldado de la época (¿cómo es que no habrá pensado en ella el autor de El capitán Alatriste?).
El caso es que Catalina huyó a los 15 años del convento de San Sebastián donde su padre la metió a monja al cuidado de la superiora, tía suya, y se largó a América vestida de hombre, peleando y bravuconeando desde Chile o Perú hasta México, entonces territorios de nuestra Corona.
Prometió matrimonio (no lo pudo cumplir) a dos mujeres, en Tucumán, y en la batalla de Valdivia luchó con tanto ardor y arrojo que se ganó el grado de alférez. Cuando volvió momentáneamente a España (pesarosa de haber matado por azar a su propio hermano) comprobaron que seguía siendo virgen y que ya era un mito. Escribió unas memorias que se han perdido, pero que aún llegaron a manos de un erudito francés de principios del XIX, Alexis de Valon, fuente de Thomas de Quincey. Dicen que Catalina se arrepintió de su vida violenta y airada, pero no se quedó acá, murió en un pueblito mexicano.
Amigo de los románticos lakistas (Wordsworth y Coleridge, sobre todo), De Quincey fue un escritor profesional, que malvivió de la literatura, escribió mucho para revistas y periódicos, siendo ante todo un inmenso erudito -por eso sus libros están llenos de cultas y amenas digresiones- y un drogodependiente, que lamentó sin arrepentirse.
Su libro sobre Catalina de Erauso, La monja alférez (1854), que acaba de editar Pre-textos en la clásica traducción del peruano Luis Loayza, es un texto muy singular, contado como al desgaire, con mucha complicidad hacia el lector, y una versión romántica del mito de la monja-soldado, bella, inteligente, valiente y vigorosa. De Quincey (que escribió también El asesinato considerado como una de las bellas artes) toma partido por la monja travesti y compone una deliciosa biografía comentada.
Pero ahora que los transexuales van a entrar en el círculo de la ley (¿y por qué iban a ser menos que los demás?) nos asalta una razonable duda. La real Catalina de Erauso ¿era una mujer disfrazada de hombre, pero con sentimientos de mujer? ¿Una genuina lesbiana, de lado guerrero? ¿O fue un hombre en cuerpo de mujer? Todo parece indicar que lo último sería la exacta respuesta. Si viviese hoy, mi amiga Carla Antonelli la acompañaría al juzgado para que, por fin, Catalina fuera Antonio. Si perdemos mito ganamos persona.
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(*1)Evidentemente y 4 Siglos después, se sigue creyendo que Catalina de Erauso era una lesbiana, cuando realmente y por su historia era un hombre transexual, de la época.
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Un transexual masculino granadino que vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Se convirtió en la “primera cirujana titulada” en la historia de la Medicina
El caso es que Catalina huyó a los 15 años del convento de San Sebastián donde su padre la metió a monja al cuidado de la superiora, tía suya, y se largó a América vestida de hombre, peleando y bravuconeando desde Chile o Perú hasta México, entonces territorios de nuestra Corona.
Prometió matrimonio (no lo pudo cumplir) a dos mujeres, en Tucumán, y en la batalla de Valdivia luchó con tanto ardor y arrojo que se ganó el grado de alférez. Cuando volvió momentáneamente a España (pesarosa de haber matado por azar a su propio hermano) comprobaron que seguía siendo virgen y que ya era un mito. Escribió unas memorias que se han perdido, pero que aún llegaron a manos de un erudito francés de principios del XIX, Alexis de Valon, fuente de Thomas de Quincey. Dicen que Catalina se arrepintió de su vida violenta y airada, pero no se quedó acá, murió en un pueblito mexicano.
Amigo de los románticos lakistas (Wordsworth y Coleridge, sobre todo), De Quincey fue un escritor profesional, que malvivió de la literatura, escribió mucho para revistas y periódicos, siendo ante todo un inmenso erudito -por eso sus libros están llenos de cultas y amenas digresiones- y un drogodependiente, que lamentó sin arrepentirse.
Su libro sobre Catalina de Erauso, La monja alférez (1854), que acaba de editar Pre-textos en la clásica traducción del peruano Luis Loayza, es un texto muy singular, contado como al desgaire, con mucha complicidad hacia el lector, y una versión romántica del mito de la monja-soldado, bella, inteligente, valiente y vigorosa. De Quincey (que escribió también El asesinato considerado como una de las bellas artes) toma partido por la monja travesti y compone una deliciosa biografía comentada.
Pero ahora que los transexuales van a entrar en el círculo de la ley (¿y por qué iban a ser menos que los demás?) nos asalta una razonable duda. La real Catalina de Erauso ¿era una mujer disfrazada de hombre, pero con sentimientos de mujer? ¿Una genuina lesbiana, de lado guerrero? ¿O fue un hombre en cuerpo de mujer? Todo parece indicar que lo último sería la exacta respuesta. Si viviese hoy, mi amiga Carla Antonelli la acompañaría al juzgado para que, por fin, Catalina fuera Antonio. Si perdemos mito ganamos persona.
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(*1)Evidentemente y 4 Siglos después, se sigue creyendo que Catalina de Erauso era una lesbiana, cuando realmente y por su historia era un hombre transexual, de la época.
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Un transexual masculino granadino que vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Se convirtió en la “primera cirujana titulada” en la historia de la Medicina
Ideal y www.carlaantonelli.com -.Nació hacia 1546 en Alhama de Granada fruto de la relación de un caballero con su esclava negra. Contrajo matrimonio con un albañil de Jaén a la edad de 16 años y tuvo un hijo que luego abandonaría en Sevilla. Se desplazó a Granada, donde sirvió al clérigo de San Miguel, y aprendió el oficio de tejedora. Fue encarcelado en Jerez de la Frontera por discutir con un rufián. Vestido de hombre, se alistó como soldado en la Guerra de las Alpujarras. A su llegada a Madrid en 1576 trabajó con un cirujano del que aprendió el oficio y llegó a convertirse en la “primera mujer” titulada de la historia de la Medicina. Se casó con María del Caño, con la que vivió durante un año en la localidad toledana de Yepes. Fue denunciado por haberse casado con otra mujer y de bigamia, por lo que sufrió un proceso civil y posteriormente por el Santo Oficio de Toledo «por desprecio al matrimonio y tener pacto con el demonio». Tras un largo proceso, fue condenado 200 azotes y a trabajar durante diez años, sin sueldo, en una enfermería. Su popularidad fue tan grande que tuvo que ser trasladado a otros centros hospitalarios. Ésta es, a grandes rasgos, la biografía de Elena de Céspedes, más tarde Eleno de Céspedes, el transexual alhameño cuya singularidad ha sido estudiada como un caso estrella por historiadores de la Inquisición española, especialistas del Derecho y médicos.
Biografía inédita
Gracias a las investigaciones especialmente de Folch Jou, M. C. Barbazza, I. Burshatin y, sobre todo, el doctor Emilio Maganto Pavón -cuyo trabajo inédito 'El proceso inquisitorial contra Elena/o de Céspedes (1587-1588). Biografía de una cirujana transexual del siglo XVI' podría ser publicado por el Patronato de Estudios Alhameños-, hemos podido conocer la increíble existencia de este personaje que alcanzó gran notoriedad en el Renacimiento.
Cuatro siglos después, cuando la legislación española reconoce el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio y algunas comunidades incluyen entre sus prestaciones sociales el cambio de sexo, no dejan de sorprender las cualidades de este personaje. Nacida mujer y esclava, se sentía hombre en una sociedad tremendamente represiva, y fue capaz de sobrevivir e incluso triunfar ejerciendo oficios que en aquella época eran exclusivos del varón, como es el caso de los dos que desempeñó durante más tiempo: sastre y cirujano. Llegó a desafiar a los tribunales civiles y a la Inquisición, ante los que desarrolló su autodefensa basada en su supuesto caso de hermafroditismo.
En el legajo 234, expediente 24, de la Sección Inquisición del Archivo Histórico Nacional, correspondiente a Elena de Céspedes ( Eleno) ocupa unos 200 folios. Por él podemos conocer el 'Discurso de su vida' desde que nació en Alhama en casa de Benito de Medina, donde servía su madre, hasta la celebración del juicio civil y del proceso inquisitorial, ambos en 1587.
Revuelo hospitalario
Las investigaciones del urólogo Emilio Maganto han dado a conocer la aplicación de las penas y el revuelo que se formaba por los distintos hospitales por los que desfiló este hombre transexual de dotes excepcionales.
El autor francés Michel Escamilla, en un artículo publicado en 1985, le considera la “primera cirujana titulada del mundo” de la que se tenga noticia, adelantando este mérito dos siglos y medio, pues tradicionalmente se le otorga a otro seudohermafrodita, Henriette Faber, que lo consiguió a principios del XIX.
Ha quedado demostrado que el alhameño obtuvo el título del Protomedicato tras una denuncia de intrusismo presentada en El Escorial. Su amplia experiencia profesional y los certificados pertinentes de su maestro le valieron para conseguir de una tacada los títulos de cirujano y la licencia «para poder sangrar y purgar». Caso extrañísimo en esta época y que, en opinión de los expertos, sirvieron al cirujano «en su lucha permanente por sobrevivir y triunfar en una sociedad racista y sexista» y que casi seguro fueron determinantes para librarse de la hoguera.
Pese a todo, en opinión de este especialista, las ideas demasiado avanzadas del mulato, así como sus conocimientos científicos, hacen que no quede claro a lo largo del proceso «si realmente Eleno de Céspedes era hermafrodita, seudohermafrodita, transexual o, como los inquisidores creen poder finalmente demostrar, el encausado era simplemente “ una invertida que seduce y engaña a otras mujeres para yacer con ellas como un hombre”.
El hecho es que mediante diversos métodos -cirugía y productos cáusticos- llega a engañar incluso a prestigiosos médicos de la época, entre ellos a Francisco Díaz, célebre cirujano de Felipe II, quien en su primer informe de 1586 certifica que era hombre y «tenía su miembro genital bastante y perfecto con sus testículos, como cualquier hombre, y que junto al ano tenía una manera de arrugación que no parecía natura». Sin embargo, cuando los contraexpertos del Santo Oficio -médicos, cirujanos y matronas- indican que «le vieron sus tetas y le metieron una candelilla por su natura», el cirujano tuvo que retractarse y justificó que su error «debió ser por una ilusión del demonio por las malas artes y embustes de la malaventurada mujer».
A este respecto, el doctor Maganto señala que, aunque es posible que su nombradía tras el juicio quedara muy mermada, cuatro siglos después hay que reconocer en su disculpa que quizás Francisco Díaz tuviera en parte razón pues «en realidad Eleno de Céspedes era un transexual masculino, o sea una mujer que mentalmente tiene la convicción de pertenecer al sexo contrario y se ve atrapado en un cuerpo femenino».
Cenotia, la bruja
En distintas ocasiones el historiador alhameño Andrés García Maldonado ha señalado que es muy posible que la enorme popularidad de Eleno de Céspedes llegase a oídos de Miguel de Cervantes, quien en 1594, con motivo de su nombramiento como cobrador de impuestos atrasados en el Reino de Granada, visitó a los morosos que residían en Vélez Málaga, tercios de Alhama y Loja.
En el capítulo octavo del segundo libro de 'Los trabajos de Persiles y Segismunda, historia septentrional' (1617) aparece una hechicera de origen alhameño que se presenta de la siguiente forma: «Mi nombre es Cenotia, soy natural de España, nacida y criada en Alhama, ciudad del reino de Granada; conocida por mi nombre en todos los de España, y aun entre otros muchos, porque mi habilidad no consiente que mi nombre se encubra, haciéndome conocida mis obras. Salí de mi patria, habrá cuatro años, huyendo de la vigilancia que tienen los mastines veladores que en aquel reino tienen del católico rebaño. Mi estirpe es agarena; mis ejercicios, los de Zoroastes, y en ellos soy única».
El caso de "Elena de Céspedes, la primera mujer titulada como cirujana en la historia de España", sigue despertando el interés de los especialistas cuatro siglos después. Su trama del hermafroditismo en el juicio inquisitorial, la historia de un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer con el que no sólo no se siente a gusto sino que le provoca rechazo, su estado intersexual y sentimiento de ambigüedad cobran sentido a la luz de los nuevos tiempos y de los descubrimientos de la Medicina y la Psicología.
Biografía inédita
Gracias a las investigaciones especialmente de Folch Jou, M. C. Barbazza, I. Burshatin y, sobre todo, el doctor Emilio Maganto Pavón -cuyo trabajo inédito 'El proceso inquisitorial contra Elena/o de Céspedes (1587-1588). Biografía de una cirujana transexual del siglo XVI' podría ser publicado por el Patronato de Estudios Alhameños-, hemos podido conocer la increíble existencia de este personaje que alcanzó gran notoriedad en el Renacimiento.
Cuatro siglos después, cuando la legislación española reconoce el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio y algunas comunidades incluyen entre sus prestaciones sociales el cambio de sexo, no dejan de sorprender las cualidades de este personaje. Nacida mujer y esclava, se sentía hombre en una sociedad tremendamente represiva, y fue capaz de sobrevivir e incluso triunfar ejerciendo oficios que en aquella época eran exclusivos del varón, como es el caso de los dos que desempeñó durante más tiempo: sastre y cirujano. Llegó a desafiar a los tribunales civiles y a la Inquisición, ante los que desarrolló su autodefensa basada en su supuesto caso de hermafroditismo.
En el legajo 234, expediente 24, de la Sección Inquisición del Archivo Histórico Nacional, correspondiente a Elena de Céspedes ( Eleno) ocupa unos 200 folios. Por él podemos conocer el 'Discurso de su vida' desde que nació en Alhama en casa de Benito de Medina, donde servía su madre, hasta la celebración del juicio civil y del proceso inquisitorial, ambos en 1587.
Revuelo hospitalario
Las investigaciones del urólogo Emilio Maganto han dado a conocer la aplicación de las penas y el revuelo que se formaba por los distintos hospitales por los que desfiló este hombre transexual de dotes excepcionales.
El autor francés Michel Escamilla, en un artículo publicado en 1985, le considera la “primera cirujana titulada del mundo” de la que se tenga noticia, adelantando este mérito dos siglos y medio, pues tradicionalmente se le otorga a otro seudohermafrodita, Henriette Faber, que lo consiguió a principios del XIX.
Ha quedado demostrado que el alhameño obtuvo el título del Protomedicato tras una denuncia de intrusismo presentada en El Escorial. Su amplia experiencia profesional y los certificados pertinentes de su maestro le valieron para conseguir de una tacada los títulos de cirujano y la licencia «para poder sangrar y purgar». Caso extrañísimo en esta época y que, en opinión de los expertos, sirvieron al cirujano «en su lucha permanente por sobrevivir y triunfar en una sociedad racista y sexista» y que casi seguro fueron determinantes para librarse de la hoguera.
Pese a todo, en opinión de este especialista, las ideas demasiado avanzadas del mulato, así como sus conocimientos científicos, hacen que no quede claro a lo largo del proceso «si realmente Eleno de Céspedes era hermafrodita, seudohermafrodita, transexual o, como los inquisidores creen poder finalmente demostrar, el encausado era simplemente “ una invertida que seduce y engaña a otras mujeres para yacer con ellas como un hombre”.
El hecho es que mediante diversos métodos -cirugía y productos cáusticos- llega a engañar incluso a prestigiosos médicos de la época, entre ellos a Francisco Díaz, célebre cirujano de Felipe II, quien en su primer informe de 1586 certifica que era hombre y «tenía su miembro genital bastante y perfecto con sus testículos, como cualquier hombre, y que junto al ano tenía una manera de arrugación que no parecía natura». Sin embargo, cuando los contraexpertos del Santo Oficio -médicos, cirujanos y matronas- indican que «le vieron sus tetas y le metieron una candelilla por su natura», el cirujano tuvo que retractarse y justificó que su error «debió ser por una ilusión del demonio por las malas artes y embustes de la malaventurada mujer».
A este respecto, el doctor Maganto señala que, aunque es posible que su nombradía tras el juicio quedara muy mermada, cuatro siglos después hay que reconocer en su disculpa que quizás Francisco Díaz tuviera en parte razón pues «en realidad Eleno de Céspedes era un transexual masculino, o sea una mujer que mentalmente tiene la convicción de pertenecer al sexo contrario y se ve atrapado en un cuerpo femenino».
Cenotia, la bruja
En distintas ocasiones el historiador alhameño Andrés García Maldonado ha señalado que es muy posible que la enorme popularidad de Eleno de Céspedes llegase a oídos de Miguel de Cervantes, quien en 1594, con motivo de su nombramiento como cobrador de impuestos atrasados en el Reino de Granada, visitó a los morosos que residían en Vélez Málaga, tercios de Alhama y Loja.
En el capítulo octavo del segundo libro de 'Los trabajos de Persiles y Segismunda, historia septentrional' (1617) aparece una hechicera de origen alhameño que se presenta de la siguiente forma: «Mi nombre es Cenotia, soy natural de España, nacida y criada en Alhama, ciudad del reino de Granada; conocida por mi nombre en todos los de España, y aun entre otros muchos, porque mi habilidad no consiente que mi nombre se encubra, haciéndome conocida mis obras. Salí de mi patria, habrá cuatro años, huyendo de la vigilancia que tienen los mastines veladores que en aquel reino tienen del católico rebaño. Mi estirpe es agarena; mis ejercicios, los de Zoroastes, y en ellos soy única».
El caso de "Elena de Céspedes, la primera mujer titulada como cirujana en la historia de España", sigue despertando el interés de los especialistas cuatro siglos después. Su trama del hermafroditismo en el juicio inquisitorial, la historia de un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer con el que no sólo no se siente a gusto sino que le provoca rechazo, su estado intersexual y sentimiento de ambigüedad cobran sentido a la luz de los nuevos tiempos y de los descubrimientos de la Medicina y la Psicología.