El comentario de la semana - Diario Digital Transexual
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Escrito por: Kim Pérez
Una muchachilla transexual sale a la intemperie de la noche de Tenerife.
Es guapa y alta; a partir de entonces, pasa alegrías y calamidades. Tiene que luchar por sí misma, sobrevivir.
Se encuentra en lo más hondo de la vida social; por debajo de todo, por debajo de los más pobres, están las transexuales (Así lo vio Dominique Lapierre, en "La ciudad de la alegría")
Va a Madrid; sobrevive. A veces, ve el otro mundo, el de lo respetable. Aunque parezca una quimera, se aferra a él, en lo que puede. Es el mundo de los apartamentos de clase media, el de los combates políticos, el de la defensa de todos los que están abajo. A veces pasa por delante del Palacio de los Dos Leones.
En medio de esos combates, se encuentra con que tiene que realizar muy personalmente uno. Duda, porque lo puede perder todo, pero se decide porque tiene que poder mirar a las compañeras transexuales cara a cara. Hace el combate. Sale la Ley de Identidad de Género.
Casi cuatro años después, ella, una persona transexual, por decisión de Tomás Gómez, puede ser elegida diputada a la Asamblea de Madrid. De las calles de Tenerife a un lugar donde puede luchar día a día por los intereses generales y, desde luego, por los intereses de las personas transexuales, las que hasta hace nada éramos lo último de lo último, estuvieran dando la cara o en la más profunda de las cárceles interiores de la vergüenza, la culpa y el miedo.
“Equilicuá!”
No se trata únicamente de una historia personal, sino de una historia profundamente colectiva.
Somos la primera generación, desde hace sólo una veintena de años, que llega a la libertad y al respeto colectivo.
Hace sólo treinta años, éramos como mucho los mariquitas que tenían que ganarse un sitio humildísimo en la sociedad a costa de ser graciosos.
Quienes tenían el valor de afrontar esa perspectiva. Como la Paca del Puerto de Santa María, que paró una procesión poniéndose en medio y gritando “¡Muera Franco! ¡Muera Franco!”
O como Marieta y Bárbara, hermanas gemelas, que a fuerza de inocencia acabaron en la Cárcel de Huelva.
Otras no tuvimos tanta valentía. Y esto era lo normal, la valentía y el miedo, durante años y años, entrando en la profundidad de los siglos, siglos y más siglos, milenios.
Esto es lo que han conocido, durante milenios, las personas transexuales y homosexuales. Esto es lo que hemos conocido incluso nosotras, que para describir el horror, sólo tenemos que recurrir a los recuerdos personales, ya casi olvidados, porque el ser humano tiende a olvidar todo lo malo y a recordar sólo lo bueno.
Somos tan la primera generación, que la divisoria pasa por nuestras propias vidas.
Hace poco más de un siglo que un talento como el de Óscar Wilde fue condenado a la humillación pública y a trabajos forzados por ser homosexual. Hace nada, ahora mismo, ahora, pese a lo que hemos conseguido en algunas naciones, hoy, año 2011, que el silencio es el dolor que empapa, sigue empapando, muchas vidas transexuales y homosexuales.
No tengo más que mirar a algunas amigas queridas para comprender ese dolor, que no es cosa del pasado, sino del presente que comienza con la luz fría y gris de esta mañana concreta.
¡Hablar! ¡Sólo hablar! ¡Sólo poder hablar! No es lo que hemos conseguido. Es lo que estamos consiguiendo, por primera vez en la historia de milenios, aquí y ahora.
Cuando alguien me opone el tópico contra el Orgullo Gay de “que no sé de qué se enorgullecen”, respondería: ¡De esto! ¡De vivir vidas normales! ¡De haber sobrevivido!
Para ser justa, tengo que recordar toda la dimensión colectiva de este milagro que estamos viviendo.
De aquella pequeña manifestación de mariquitas, de carolinas, protestando por la destrucción de un urinario (un lugar de encuentro), que tuvo lugar en Barcelona en 1933, desde el Paralelo, por Sant Pau, a las Ramblas y a Colón, y de la que ha guardado memoria universal Jean Genet, en "Journal du voleur" (se lo leí a Didier Eribon)
¡Quizá la primera del mundo, en la revolucionaria Barcelona que luego vería los desafíos de Ocaña y Nazario!
Del combate del bar Stonewall, en 1969, protagonizado por la transexual puertorriqueña Sylvia Rivera, a quien, como parte de tantos milagros, pude conocer en Bolonia en 2000. ¡Descansa en paz, compañera!
En nuestra Península, de la nueva manifestación de transexuales en Barcelona, aquella tan valiente de 1977, según creo recordar, cuando todo era todavía peligroso y comprometido, al principio de la Transición. ¡Siempre las transexuales en vanguardia!
De la fundación de Transexualia, en Madrid, en 1989, la primera de nuestras asociaciones, surgida de las necesidades de solidaridad real entre quienes no podían tener más medio de vida que la prostitución.
De las gestiones de Ben Amics, de Palma de Mallorca, las primeras que me constan en el ámbito parlamentario. ¡Seguramente me olvido de muchas vanguardias! ¡Perdonadme!
De la invitación a la sesión plenaria del Parlamento de Andalucía, el 11 de febrero de 1997, la primera vez en que las personas transexuales entrábamos oficialmente en un Parlamento y éramos saludadas respetuosamente por todos los grupos parlamentarios. ¡Me acordé de lo que habrían dicho o llorado tantísimas generaciones de mariquitas, ante humilladas! Allí tuvo que estar Rosa Pazos Torres, y no estuvo. Que en paz descanse también. Estuvimos Merche Camacho, María Banderas, nuestra amiga Lola Izquierdo, psicóloga que estaba con nosotras, y yo. Y fue gracias a la iniciativa y las gestiones de otra amiga, la diputada Carmen Molina.
De la sesión del Congreso de los Diputados de 14 de abril del mismo año de 1997, propuesta por la diputada de IU Inés Sabanés, secundada por el diputado socialista Ángel Díaz Sol, trabajada por el activista gay Andrés de la Portilla, en la que por primera vez nuestros asuntos llegaban a las Cortes, y que logró la unanimidad de todos los grupos, aunque después quedó en nada por los manejos del PP.
De tantas y tantas batallas por derechos aparentemente individuales, en Hacienda, en la Dirección General de Prisiones (por los derechos de internas y también de funcionarias), en la Guardia Civil, en la Marina, en el Ejército, por los derechos de tutela de los hijos, por el trabajo, batallas que en realidad eran colectivas, por nuestros derechos y los de toda persona humana.
De la Ley de Identidad de Género de 2007, promovida por esta persona de cuya obra estoy hablando hoy, y apoyada por Andrea Muñiz, Gina Serra, y tantas otras personas como Joana López, José Mantero y Jaume d'Urgell, y muchas más que buscaron por ejemplo los protocolos de la Cruz Roja para atender a las huelgas de hambre, o Lynn Conway y Stephen Whittle, que dieron cobertura a esta iniciativa en el extranjero; razón que fue secundada por Pedro Zerolo, con la aquiescencia de De la Vega y Zapatero.
Y así llegamos a 2011. Y a las elecciones de mayo, que si todo va bien, confirmarán en dónde estamos; dónde está el reconocimiento de nuestra dignidad humana
Kim Pérez 14-02-2011
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Video que muestra parte de la Memoria Histórica Transexual en España
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Escrito por: Kim Pérez
Una muchachilla transexual sale a la intemperie de la noche de Tenerife.
Es guapa y alta; a partir de entonces, pasa alegrías y calamidades. Tiene que luchar por sí misma, sobrevivir.
Se encuentra en lo más hondo de la vida social; por debajo de todo, por debajo de los más pobres, están las transexuales (Así lo vio Dominique Lapierre, en "La ciudad de la alegría")
Va a Madrid; sobrevive. A veces, ve el otro mundo, el de lo respetable. Aunque parezca una quimera, se aferra a él, en lo que puede. Es el mundo de los apartamentos de clase media, el de los combates políticos, el de la defensa de todos los que están abajo. A veces pasa por delante del Palacio de los Dos Leones.
En medio de esos combates, se encuentra con que tiene que realizar muy personalmente uno. Duda, porque lo puede perder todo, pero se decide porque tiene que poder mirar a las compañeras transexuales cara a cara. Hace el combate. Sale la Ley de Identidad de Género.
Casi cuatro años después, ella, una persona transexual, por decisión de Tomás Gómez, puede ser elegida diputada a la Asamblea de Madrid. De las calles de Tenerife a un lugar donde puede luchar día a día por los intereses generales y, desde luego, por los intereses de las personas transexuales, las que hasta hace nada éramos lo último de lo último, estuvieran dando la cara o en la más profunda de las cárceles interiores de la vergüenza, la culpa y el miedo.
“Equilicuá!”
No se trata únicamente de una historia personal, sino de una historia profundamente colectiva.
Somos la primera generación, desde hace sólo una veintena de años, que llega a la libertad y al respeto colectivo.
Hace sólo treinta años, éramos como mucho los mariquitas que tenían que ganarse un sitio humildísimo en la sociedad a costa de ser graciosos.
Quienes tenían el valor de afrontar esa perspectiva. Como la Paca del Puerto de Santa María, que paró una procesión poniéndose en medio y gritando “¡Muera Franco! ¡Muera Franco!”
O como Marieta y Bárbara, hermanas gemelas, que a fuerza de inocencia acabaron en la Cárcel de Huelva.
Otras no tuvimos tanta valentía. Y esto era lo normal, la valentía y el miedo, durante años y años, entrando en la profundidad de los siglos, siglos y más siglos, milenios.
Esto es lo que han conocido, durante milenios, las personas transexuales y homosexuales. Esto es lo que hemos conocido incluso nosotras, que para describir el horror, sólo tenemos que recurrir a los recuerdos personales, ya casi olvidados, porque el ser humano tiende a olvidar todo lo malo y a recordar sólo lo bueno.
Somos tan la primera generación, que la divisoria pasa por nuestras propias vidas.
Hace poco más de un siglo que un talento como el de Óscar Wilde fue condenado a la humillación pública y a trabajos forzados por ser homosexual. Hace nada, ahora mismo, ahora, pese a lo que hemos conseguido en algunas naciones, hoy, año 2011, que el silencio es el dolor que empapa, sigue empapando, muchas vidas transexuales y homosexuales.
No tengo más que mirar a algunas amigas queridas para comprender ese dolor, que no es cosa del pasado, sino del presente que comienza con la luz fría y gris de esta mañana concreta.
¡Hablar! ¡Sólo hablar! ¡Sólo poder hablar! No es lo que hemos conseguido. Es lo que estamos consiguiendo, por primera vez en la historia de milenios, aquí y ahora.
Cuando alguien me opone el tópico contra el Orgullo Gay de “que no sé de qué se enorgullecen”, respondería: ¡De esto! ¡De vivir vidas normales! ¡De haber sobrevivido!
Para ser justa, tengo que recordar toda la dimensión colectiva de este milagro que estamos viviendo.
De aquella pequeña manifestación de mariquitas, de carolinas, protestando por la destrucción de un urinario (un lugar de encuentro), que tuvo lugar en Barcelona en 1933, desde el Paralelo, por Sant Pau, a las Ramblas y a Colón, y de la que ha guardado memoria universal Jean Genet, en "Journal du voleur" (se lo leí a Didier Eribon)
¡Quizá la primera del mundo, en la revolucionaria Barcelona que luego vería los desafíos de Ocaña y Nazario!
Del combate del bar Stonewall, en 1969, protagonizado por la transexual puertorriqueña Sylvia Rivera, a quien, como parte de tantos milagros, pude conocer en Bolonia en 2000. ¡Descansa en paz, compañera!
En nuestra Península, de la nueva manifestación de transexuales en Barcelona, aquella tan valiente de 1977, según creo recordar, cuando todo era todavía peligroso y comprometido, al principio de la Transición. ¡Siempre las transexuales en vanguardia!
De la fundación de Transexualia, en Madrid, en 1989, la primera de nuestras asociaciones, surgida de las necesidades de solidaridad real entre quienes no podían tener más medio de vida que la prostitución.
De las gestiones de Ben Amics, de Palma de Mallorca, las primeras que me constan en el ámbito parlamentario. ¡Seguramente me olvido de muchas vanguardias! ¡Perdonadme!
De la invitación a la sesión plenaria del Parlamento de Andalucía, el 11 de febrero de 1997, la primera vez en que las personas transexuales entrábamos oficialmente en un Parlamento y éramos saludadas respetuosamente por todos los grupos parlamentarios. ¡Me acordé de lo que habrían dicho o llorado tantísimas generaciones de mariquitas, ante humilladas! Allí tuvo que estar Rosa Pazos Torres, y no estuvo. Que en paz descanse también. Estuvimos Merche Camacho, María Banderas, nuestra amiga Lola Izquierdo, psicóloga que estaba con nosotras, y yo. Y fue gracias a la iniciativa y las gestiones de otra amiga, la diputada Carmen Molina.
De la sesión del Congreso de los Diputados de 14 de abril del mismo año de 1997, propuesta por la diputada de IU Inés Sabanés, secundada por el diputado socialista Ángel Díaz Sol, trabajada por el activista gay Andrés de la Portilla, en la que por primera vez nuestros asuntos llegaban a las Cortes, y que logró la unanimidad de todos los grupos, aunque después quedó en nada por los manejos del PP.
De tantas y tantas batallas por derechos aparentemente individuales, en Hacienda, en la Dirección General de Prisiones (por los derechos de internas y también de funcionarias), en la Guardia Civil, en la Marina, en el Ejército, por los derechos de tutela de los hijos, por el trabajo, batallas que en realidad eran colectivas, por nuestros derechos y los de toda persona humana.
De la Ley de Identidad de Género de 2007, promovida por esta persona de cuya obra estoy hablando hoy, y apoyada por Andrea Muñiz, Gina Serra, y tantas otras personas como Joana López, José Mantero y Jaume d'Urgell, y muchas más que buscaron por ejemplo los protocolos de la Cruz Roja para atender a las huelgas de hambre, o Lynn Conway y Stephen Whittle, que dieron cobertura a esta iniciativa en el extranjero; razón que fue secundada por Pedro Zerolo, con la aquiescencia de De la Vega y Zapatero.
Y así llegamos a 2011. Y a las elecciones de mayo, que si todo va bien, confirmarán en dónde estamos; dónde está el reconocimiento de nuestra dignidad humana
Kim Pérez 14-02-2011
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Video que muestra parte de la Memoria Histórica Transexual en España